Buenos Aires.– El ex presidente de Uruguay José «Pepe» Mujica falleció este martes a los 89 años, una semana antes de cumplir los 90, dejando un legado profundamente marcado por la austeridad, la lucha social y una coherencia ética que lo convirtió en una figura respetada más allá de las fronteras latinoamericanas.
Mujica había expresado su deseo de llegar al 20 de mayo, fecha de su cumpleaños, pero la salud no se lo permitió. Murió en el mismo lugar donde eligió vivir su vida: en su modesta chacra en las afueras de Montevideo, donde cultivaba flores junto a su esposa y compañera de lucha, Lucía Topolansky, y desde donde nunca se alejó ni siquiera durante su paso por la presidencia.
De guerrillero tupamaro a presidente de la República
Su trayectoria política comenzó en los años 60, cuando decidió sumarse al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, liderado por Raúl Sendic. En ese contexto, Mujica fue parte de la lucha armada contra un régimen que, si bien se presentaba como democrático, implementaba prácticas represivas que derivaron en una dictadura militar a partir de 1973.
El grupo alcanzó notoriedad internacional por acciones como el secuestro del agente estadounidense Dan Mitrione, cuya historia fue retratada en la película Estado de sitio del director Costa-Gavras. Mitrione, presuntamente enviado por la Usaid, enseñaba técnicas de tortura en América Latina. En 1970 fue ejecutado por los tupamaros tras la negativa del gobierno uruguayo a intercambiarlo por presos políticos.
Mujica fue detenido en varias ocasiones, protagonizó fugas espectaculares y entre 1972 y 1985 vivió años de prisión y tortura, junto a otros compañeros considerados «rehenes» de la dictadura uruguaya.
Una presidencia con los pies en la tierra
En 2010, asumió la presidencia de Uruguay en una ceremonia celebrada en el Palacio Legislativo. Fue Lucía Topolansky, entonces presidenta del Senado, quien le tomó juramento. En su mandato, destacó por su estilo directo, su rechazo al lujo y su donación del 90% de su salario presidencial a obras sociales.
Internacionalmente, fue reconocido como «el presidente más pobre del mundo», no por carencias, sino por su estilo de vida austero. Tras dejar la presidencia en 2015, siguió siendo una figura influyente en la política uruguaya y mundial, siempre abogando por la justicia social, la soberanía regional y la humildad como virtud política.
El legado de Pepe Mujica trasciende ideologías. Su vida —entre la militancia, la cárcel, el poder y la tierra— representa una historia de resistencia, dignidad y compromiso con las causas del pueblo.