En las calles de Haití y Curazao se viven días de celebración inédita, pese a los profundos conflictos políticos, sociales y humanitarios que atraviesan ambos territorios. La razón: su clasificación al Mundial 2026, un logro inesperado que ha encendido esperanzas de transformación y unidad nacional.
De acuerdo con Alberto Ugarte, maestro en relaciones internacionales y académico del Tecnológico de Monterrey, este doble pase “deja en evidencia la relevancia del Caribe en temas sociales, deportivos y económicos”, especialmente en un torneo ampliado y más democrático.
El festejo en Haití ha ofrecido un breve alivio a un país que no asistía a un Mundial desde hace 51 años. La selección avanzó como líder de su grupo por encima de escuadras como Costa Rica, en medio de un contexto dominado por dictaduras pasadas, colapsos económicos, pandemias y el impacto recurrente de huracanes.
“La historia reciente de Haití es la de una crisis continua, incapaz de contener los efectos del deterioro social y económico desde 2019. Hoy, el futbol se vuelve una ventana de esperanza”, señaló Ugarte.
Las cifras de Naciones Unidas muestran la magnitud de la tragedia:
– Más de 1.3 millones de personas desplazadas por la violencia.
– Alrededor de 2 mil 700 asesinadas por pandillas.
– 5.7 millones padecen hambre, casi la mitad de la población.
Paradójicamente, la crisis migratoria haitiana ha sido clave en el éxito deportivo actual: la mayoría de los futbolistas nacieron o se formaron fuera de la isla, en clubes de Europa y Estados Unidos. El arquero Johny Placide, formado en Francia, es uno de los casos más emblemáticos. Incluso el entrenador, Sébastien Migné, no ha entrenado en territorio haitiano y reclutó al plantel desde ligas extranjeras.
“Hay gente que no tiene nada. Sólo cuentan con nosotros… No los defraudaremos”, dijo el delantero Duckens Nazon antes del partido decisivo contra Nicaragua, palabras que se viralizaron como símbolo del espíritu del equipo.
En Curazao, una isla de apenas 444 km² y 156 mil habitantes, la euforia también domina el ambiente. La selección obtuvo su primera clasificación mundialista desde que se afiliara a FIFA tras la disolución de las Antillas Neerlandesas hace menos de 25 años.
El logro se atribuye en gran parte a su vínculo con Países Bajos, una herencia colonial que ha permitido reclutar jugadores formados en Europa y trabajar bajo la dirección del neerlandés Dick Advocaat.
“Estos triunfos deportivos reavivan la idea de una soberanía absoluta”, sostuvo Ugarte. Sin embargo, advirtió que cualquier intento de avanzar hacia un estatus más autónomo requeriría bases políticas, sociales y económicas sólidas.
Para ambos territorios, el Mundial 2026 representa mucho más que un evento futbolístico. En Haití simboliza un rayo de esperanza en medio de una aguda crisis humanitaria; en Curazao, un impulso para fortalecer su identidad nacional.
El Caribe, habitualmente marginado en el mapa geopolítico, vive un momento histórico que, según expertos, podría tener efectos significativos en cohesión social, autoestima colectiva y proyección internacional.






